Yo estaba un poco melancólico por el tema de Lobezno y el amor sin sexo, pero también tenía mucha ganas de romper con mi mes de castidad de una vez.
Quedar con extranjeros que parten en tres días tiene algo especial, por una parte sabes que pase lo que pase sólo son tres días, y por otra precisamente la fecha límite te acelera, te despierta los sentidos y te recuerda que hay que vivir el momento.
Yo había quedado tres horas y media después con Lobezno, así que el límite era bastante reducido y también las opciones, porque hablar con el holandés es difícil, lento y poco provechoso. Cómo todos prevéis era una de esas citas en las que piensas especialmente qué calzoncillos ponerte, vas lo más limpio posible y se te olvidaría antes el iPod® que los condones. Pero cuando pedaleaba hacía allí decidí no follar y cambié de opinión treinta veces. En contra tenía que en esos momento me consideraba virgen y que estaba algo triste con la cara de Lobezno en la mente, pero a favor tenía las ganas de a acabar con todas las contras, que me gustaba el holandés y la sensación de carpe diem que a la fuerza necesito en estos momentos para aguantar mi relación con mi nonovio.
Cuando llegué el holandés tenía el carpe diem metido en el cuerpo también y cuando abrió la puerta lo hizo sin camiseta y sin zapatos, para acelerar las cosas quizás. Delante de un espejo enorme nos pusimos a enrrollarnos, se puso muy caliente y me llevó a la cama para tumbarnos y empezar a meter las manos por la ropa. Hubo momentos en los que en mi cabeza planeaba parar y reconocer que en realidad quería follar pero con otro. Entonces volvía a recordar lo del carpe diem, lo único que realmente tenía sentido y lo único que en esos momentos era real, no un deseo ni una fantasía.
Volví a meterme en el papel de sexy y aunque tuve que esforzarme unos segundos, sabía que es lo que tenía que hacer, que después iba a estar mucho mejor.
Al holandés le encanta hacer besos negros y le había confesado que llevaba un mes de castidad, así que se dedicó especialmente a ponerme a punto, Lobezno empezó por fin a desaparecer de mi cabeza, eso fue genial, con un parpadeo y un ligero movimiento de cabeza le sacudí definitivamente hasta nueva orden.
Las ventanas estaban abiertas, se oía a la gente que pasaba por la plaza de Barceló y los niños que van a Pacha por la tarde. Hacía calor y me encanta hacer sexo con la luz del Sol, porque siempre suelo hacerlo encerrado y de noche. Así que disfruté mucho la novedad, además el holandés tenía mucha creatividad, me folló fuerte, suave, de pie, echados y se preocupó de que yo estuviera excitado todo el rato. Media hora después nos corrimos ambos y nos duchamos también con mucho carpe diem.
Me despedí del holandés durante una hora hasta que llegara el momento de irme, nos caímos muy bien. Se nota que le gusto. Lobezno estaba sólo a quinientos metros, lo vi en Google Maps en el ordenador del holandés para saber por dónde ir con la bici.
Fui especialmente contento a ver Lobezno, cuando llegué él estaba cansado y sudando por el trabajo, me abrazó y me pidió que le apretara con todas mis fuerzas. Esa noche pude disfrutar de Lobezno y me costó menos que las demás veces no echar de menos el sexo. Lo pasamos muy bien y me sentí muy cómodo.
Posdata: el holandés ya apareció en un relato anterior HAZ MEMORIA AQUÍ
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2 comentarios:
ME GUSTAN MUCHO TUS HISTORIETAS DE FICCION!!
:)
No son ficción querido Anónimo
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