Mateo, Pedro y Tomás han sido los tres italianos que pasaron por mi vida culpables de que en cuanto vea unos labios preciosos, piel morena, una nariz grande y un cuello de camisa desabrochado me muerda los labios, frunza el ceño, apriete los puños y desee tener un Martini cerca para tirárselo a la cara.
Qué mentirosos, qué apasionados, qué zalameros, qué buen cuerpo tienen, qué insensibles...
Volvería a repetirlo, pero sin creerme nada de lo que me dicen.
1 comentario:
Jaja coincido contigo: los italianos son lo peor, y por tanto me encantan ;-)
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